Siguiendo la linea de Gianni Rodari hemos usado los binomios para crear una historia fantástica. Cada alumno de la clase hemos escrito un sustantivo y un adejtivo que acto después eran mezclados apareciendo como binomios "pulsera veloz", "Cacatúa amenazadora", "Murciélago extravagante", "Conejo flamante", "Pollo arítmico", "Pastel brillante", "Ratón sigiloso", ...
Les presento mi historia:
NICOLÁS, EL POLLO ARRÍTMICO
Érase una vez, un pollito
llamado Nicolás que vivía en una granja en un pueblo de Granada. Nicolás
convivía en un corral con sus padres y todos sus hermanos. Allí también
habitaban sus vecinos los conejos flamantes, sus primos los pavos, los cerdos
(que pasaban el día comiendo pastel brillante), una pequeña familia de ratones
sigilosos y algún que otro murciélago extravagante. Todos eran como una gran familia, una familia
alegre que se pasaba los días cantando y bailando. A Nicolás, al igual que a
todos los demás, le encantaban esos ratos de diversión, pero desgraciadamente
él era el que menos ritmo tenía. Todos se burlaban de él cada vez que intentaba
bailar. El propio Nicolás al principio se reía de su torpeza, pero cada día las
burlas iban a más. Hasta sus propios hermanos se reían. Llegó un día en el que
Nicolás no pudo aguantar más y decidió escapar del corral. No le importó
abandonar a su familia ni alejarse del sitio donde había crecido.
Una mañana, cuando todos
despertaron y se dieron cuenta de que Nicolás no estaba por ninguna parte se
temieron lo peor. Todos pensaban que le había llegado la hora de convertirse en
caldo de sopa, pero lo que no sabían es lo equivocados que estaban. Nicolás,
triste y desolado, paseaba por el pueblo sin rumbo alguno. No sabía qué sería
de él, ni siquiera sabía si lograría sobrevivir solo. Así estuvo deambulando cuatro
días y cuatro noches, hasta que una mañana pasó por un corral en el que todos
estaban bailando. Decidió quedarse escondido a observarlos para ver si lograba
aprender aunque solo fuera un par de pasos. Los observaba y los imitaba, pero
no había manera. El ritmo de Nicolás no aparecía. En una de sus imitaciones
apareció una hermosa pollita llamada Clara.
-¡Hola!
Me llamo Clara. Te he visto bailar y me preguntaba si querrías entrar a nuestro
corral para unirte a la fiesta. Le dijo amablemente.
–Hola… -contestó cabizbajo- no, gracias. No estaba bailando, ni siquiera
sé bailar y tampoco necesito a nadie que
me enseñe, y menos para que se burle de mí. La pollita quedó sorprendida ante tan mal genio, pero aún así no dejó de
insistir:
-No he venido a reírme de ti. Solo te he visto bailar y he querido
acercarme. Te noto muy decaído, si quieres podemos ser amigos y me cuentas qué
te pasa, me encantaría escucharte.
Ahora fue Nicolás el sorprendido y respondió:
-¿En serio no has venido a
reírte de cómo bailo?
Clara contestó:
-¿Por qué iba a hacerlo?
-No sé, supongo que como todo
el mundo lo hace… -contestó Nicolás-.
–Pues te equivocas. – dijo
Clara-. Al contrario, he venido porque he visto algo especial en tu baile, y yo
te puedo ayudar a sacar esa chispa que llevas dentro.
En la cara de Nicolás se
dibujó una gran sonrisa, y a partir de
aquí ambos entablaron una bonita amistad. Nicolás le contó lo qué le venía
sucediendo desde hace años y Clara lo escuchó entusiasmada. La pollita decidió presentarlo
ante su corral y dejar que Nicolás pasara unos días con ellos, y así fue. Allí Nicolás bailaba todas las
tardes y a pesar de que lo hacía como siempre, ninguno de los que allí había se
reía de él. Al contrario, cada vez le enseñaban más cosas y le animaban más.
Pasaron tres meses y Nicolás
ya era todo un pollo, pero no un pollo cualquiera, sino un pollo al que ya nada
le daba miedo ni vergüenza, un pollo seguro de sí mismo, un pollo entusiasmado
por aprender cada día más, y lo más importante, ¡un pollo con ritmo! Y menudo
ritmo… Nicolás se había convertido
junto con la ayuda de Clara y toda su familia en un gran bailarín, y fue
entonces cuando decidió que había llegado la hora de volver a su hogar, aunque
le costó mucho dejar a su nueva familia.
Cuando una mañana Nicolás
volvió a su corral, todos se alegraron mucho de verlo pero el haberlo echado de
menos no amenguaría las burlas cuando este bailara. Pero lo que ellos
desconocían es en quien se había convertido el pequeño Nicolás.
Llegó la hora del baile. Todos
lo hacían muy bien y se morían de ganas por ver a Nicolás y burlarse de él. Y
llegó la hora. Nicolás salió al centro del corral y comenzó el espectáculo. Tras su baile, todos quedaron
boquiabiertos.
Había algo especial en Nicolás que los dejó sin palabras. Sorprendentemente, ese algo no era el ritmo de Nicolás, sino él mismo,
su seguridad. Nicolás había aprendido en
esos tres meses a mostrarse seguro de sí mismo y a quererse tal y como era
aunque su ritmo fuera pésimo. Tras su actuación todos los habitantes del corral
aplaudieron con alguna que otra lágrima en los ojos, y no solo aprendieron una
nueva forma de bailar, sino también a respetar a los demás y a no burlarse nunca de nadie por muy
diferente que sea.
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