Vamos a leer

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jueves, 3 de abril de 2014

Historia fantástica creada al azar

Siguiendo la linea de Gianni Rodari hemos usado los binomios para crear una historia fantástica. Cada alumno de la clase hemos escrito un sustantivo y un adejtivo que acto después eran mezclados apareciendo como binomios "pulsera veloz", "Cacatúa amenazadora", "Murciélago extravagante", "Conejo flamante", "Pollo arítmico", "Pastel brillante", "Ratón sigiloso", ... 

Les presento mi historia:

NICOLÁS, EL POLLO ARRÍTMICO

Érase una vez, un pollito llamado Nicolás que vivía en una granja en un pueblo de Granada. Nicolás convivía en un corral con sus padres y todos sus hermanos. Allí también habitaban sus vecinos los conejos flamantes, sus primos los pavos, los cerdos (que pasaban el día comiendo pastel brillante), una pequeña familia de ratones sigilosos y algún que otro murciélago extravagante.  Todos eran como una gran familia, una familia alegre que se pasaba los días cantando y bailando. A Nicolás, al igual que a todos los demás, le encantaban esos ratos de diversión, pero desgraciadamente él era el que menos ritmo tenía. Todos se burlaban de él cada vez que intentaba bailar. El propio Nicolás al principio se reía de su torpeza, pero cada día las burlas iban a más. Hasta sus propios hermanos se reían. Llegó un día en el que Nicolás no pudo aguantar más y decidió escapar del corral. No le importó abandonar a su familia ni alejarse del sitio donde había crecido.
Una mañana, cuando todos despertaron y se dieron cuenta de que Nicolás no estaba por ninguna parte se temieron lo peor. Todos pensaban que le había llegado la hora de convertirse en caldo de sopa, pero lo que no sabían es lo equivocados que estaban. Nicolás, triste y desolado, paseaba por el pueblo sin rumbo alguno. No sabía qué sería de él, ni siquiera sabía si lograría sobrevivir solo. Así estuvo deambulando cuatro días y cuatro noches, hasta que una mañana pasó por un corral en el que todos estaban bailando. Decidió quedarse escondido a observarlos para ver si lograba aprender aunque solo fuera un par de pasos. Los observaba y los imitaba, pero no había manera. El ritmo de Nicolás no aparecía. En una de sus imitaciones apareció una hermosa pollita llamada Clara.
                                                                                                                                                                -¡Hola! Me llamo Clara. Te he visto bailar y me preguntaba si querrías entrar a nuestro corral para unirte a la fiesta. Le dijo amablemente.
                                                                                                                                                              
–Hola… -contestó cabizbajo- no, gracias. No estaba bailando, ni siquiera sé bailar y tampoco  necesito a nadie que me enseñe, y menos para que se burle de mí. La pollita quedó sorprendida ante tan mal genio, pero aún así no dejó de insistir:                                                                   

-No he venido a reírme de ti. Solo te he visto bailar y he querido acercarme. Te noto muy decaído, si quieres podemos ser amigos y me cuentas qué te pasa, me encantaría escucharte.                                         

 Ahora fue Nicolás el sorprendido y respondió:
-¿En serio no has venido a reírte de cómo bailo?

Clara contestó:
-¿Por qué iba a hacerlo?
-No sé, supongo que como todo el mundo lo hace…  -contestó Nicolás-.
–Pues te equivocas. – dijo Clara-. Al contrario, he venido porque he visto algo especial en tu baile, y yo te puedo ayudar a sacar esa chispa que llevas dentro.

En la cara de Nicolás se dibujó una gran sonrisa, y  a partir de aquí ambos entablaron una bonita amistad. Nicolás le contó lo qué le venía sucediendo desde hace años y Clara lo escuchó entusiasmada. La pollita decidió presentarlo ante su corral y dejar que Nicolás pasara unos días con ellos, y así fue.                            Allí Nicolás bailaba todas las tardes y a pesar de que lo hacía como siempre, ninguno de los que allí había se reía de él. Al contrario, cada vez le enseñaban más cosas y le animaban más.                                                                                                                                                                                                                         
Pasaron tres meses y Nicolás ya era todo un pollo, pero no un pollo cualquiera, sino un pollo al que ya nada le daba miedo ni vergüenza, un pollo seguro de sí mismo, un pollo entusiasmado por aprender cada día más, y lo más importante, ¡un pollo con ritmo! Y menudo ritmo…  Nicolás se había convertido junto con la ayuda de Clara y toda su familia en un gran bailarín, y fue entonces cuando decidió que había llegado la hora de volver a su hogar, aunque le costó mucho dejar a su nueva familia.            
Cuando una mañana Nicolás volvió a su corral, todos se alegraron mucho de verlo pero el haberlo echado de menos no amenguaría las burlas cuando este bailara. Pero lo que ellos desconocían es en quien se había convertido el pequeño Nicolás.

Llegó la hora del baile. Todos lo hacían muy bien y se morían de ganas por ver a Nicolás y burlarse de él. Y llegó la hora. Nicolás salió al centro del corral y comenzó el espectáculo. Tras su baile, todos quedaron boquiabiertos. 
Había algo especial en Nicolás que los dejó sin palabras.                                                                             Sorprendentemente, ese algo no era el ritmo de Nicolás, sino él mismo, su seguridad.  Nicolás había aprendido en esos tres meses a mostrarse seguro de sí mismo y a quererse tal y como era aunque su ritmo fuera pésimo. Tras su actuación todos los habitantes del corral aplaudieron con alguna que otra lágrima en los ojos, y no solo aprendieron una nueva forma de bailar, sino también a respetar a los demás y  a no burlarse nunca de nadie por muy diferente que sea. 

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